miércoles, 19 de noviembre de 2014

QUÉ HARÍA MI "mini-yo" DE 5 AÑOS??

El tiempo pasa y nos hacemos mayores. Y eso, el hacerse mayor, suele acarrear a su vez madurar (no siempre) e implica hechar de menos cada vez con más fuerza (yo al menos sí) las ventajas de ser niño. Muchas veces me paro a pensar en cómo afrontaría una u otra situación de mi vida adulta si pudiera comportarme tal y como lo haría mi "mini-yo" de cinco años.
De pequeño podías declararle la guerra a tu compañer@ de clase porque no te dejaba "los rotus" para hacer un dibujo y convertirlo en tu peor enemigo, y a los cinco minutos cambiar de opinión y volver a ser superamiguitos porque te había sonreído. Sin asperezas, sin visión de futuro y sin preocupaciones por cuál sería vuestra relación al día siguiente y sin miedo al qué dirán el resto de compañeros de clase.

A veces me hubiese gustado poder llegar a mi trabajo y entrar por las mañanas protestando y, hasta llorando porque no quiero estar allí porque ese día me siento vulnerable y no me apetece ver la cara a tal persona o tal otra. O simplemente porque tengo sueño y frío. O poder entrar cantando canciones de Camela cuando el día se presente horrible sin que por ello la gente me denuncie. (Cantar Camela me recuerda siempre que hay gente muy chunga con un talento dudoso y que ha triunfado en la vida, y que...¿por qué yo no, joder?).

Eso, actuar así, sería verdaderamente liberador y no lo que hemos de hacer de adultos: llegar cada día al trabajo, abrir la puerta, decir buenos días, andar hasta tu sitio, sentarte y encender el ordenador...Todos los días igual, en todos los trabajos igual... como si los sentimientos hoy fueran los mismos que ayer, como si yo fuera la misma persona que el compañero que acaba de entrar antes que yo y acaba de hacer el mismo ritual...¡¡Como si su vida se pareciera lo más mínimo a la mía!! Cualquier cosa que se saliese de este comportamiento, de este ritual, haría levantar las cabezas y empezarían todos a murmurar. Y eso, perdónenme, es triste. Muy triste.

Me hubiese gustado alguna vez, cuando llegaba mi jefe y en cinco minutos me sacaba de quicio, poder haberle dicho muy alegremente que no me caía bien, que lo aguantaba porque formaba parte del sueldo, pero que vaya coñazo un jefe así. Claro, eso sin que me echaran, sin que él sufriera y sin que yo me sintiera culpable por haber sido sincero.
Sin embargo, lo que hacía era darle la razón en algunas cosas para que le subiese el "ego de jefe" y, en cuanto se daba la vuelta ponía los ojos en blanco y hacía lo que mejor me parecía.

Quisiera ir a comprar al súper y poder tirarle de la manga a la típica abuela (paisanina como dice una amiga) que se cuela en caja haciéndose la tonta y preguntarle: "qué ha perdido usted, la visión periférica o la vergüenza?" Y sería bonito que sus sentimientos no resultaran heridos más de aquellos cinco minutos que nos duraban cuando éramos niños.
Lo que hago ahora cuando se presenta tal situación es morderme la lengua y hacer como que no me he dado cuenta.

Sería perfecto poder subir a casa de tus vecinos y preguntarles a gritos si sus hijos se están entrenando para ser kale borrokas o si es que han nacido con la increíble habilidad de dar por culo a la perfección a la hora de la siesta. Del mismo modo que también le diría que procuren hacer menos ruído cuando se ponen a follar por las noches. Y que ella al día siguiente te sonría en el descansillo como si nada hubiera pasado.
Sin embargo hoy lo que hago es ponerme tapones para dormir la siesta mientras me llevan los demonios y sueño con infanticidios.

De pequeño, yo ya hubiera llamado al portero automático de la chica que tanto me gusta, le hubiera hecho bajar y le hubiera dicho en el mismo portal: "Sé que tienes novio pero me da igual, te quiero y quiero que le dejes y lo cambies por mí, ¿tú qué opinas?, ¿me quieres?, ¿quieres ser mi novia?"
Sin embargo ahora, en vez de presentarme en su portal, lo que hago es evitarla o al menos mantener las distancias para no sufrir e intentar no complicarle/me la vida, y así hasta que todo pase y se me cure el corazón roto.
(La infancia...mandar un papelito con una pregunta "¿Quieres salir conmigo?" Y dos casillas para contestar con un SI o NO. No había casilla de "prefiero ir más despacio", o de "yo no tengo las cosas tan claras como tú pero te seguiré llamando para echar algún que otro polvo...)

¿De qué sirve tanto protocolo y tanta convención social, tanto miedo al qué dirán, si mi jefe sabía de todas formas que no lo aguantaba, si voy a seguir ignorando a las paisanas, si tendré que aguantar a los niños de mi vecina hasta que crezcan, y si lo que siento por ese chica seguirá aquí?

Siempre decimos que los niños son muy crueles, pero las cosas que he visto en la vida de los adultos jamás las vi en los niños. Bueno, no creo que los niños sean crueles sino sinceros. Nosotros, adultos muy listos, mentimos porque pensamos que las mentiras nos pueden librar de tanto dolor, cuando esa sí es la gran mentira. Los adultos llegamos a ser crueles e incluso con la conciencia de estar siéndolo y, lo que es peor, a escondidas...por el qué dirán.

Los niños son lo más sincero y transparente que existe. Cuando se pierde la inocencia se empieza la cuesta abajo hacia la existencia adulta llena de prejuicios, de mentiras, maldades, tristezas...Por eso, y ahora que en breve voy a ser tío por primera vez, pienso en las travesuras que haré con ella en cuanto tenga unos añitos, en jugar, revolcarnos por el suelo, tirarnos cosas a la cabeza, en responder a sus preguntas descaradas y también en descojonarnos de nosotros mismos...No es mucho, pero a mí me hace feliz.



El próximo día que llueva me salgo a la calle a correr y saltar en los charcos, porque ser adulto, en ocasiones es un asco y a paseo con "EL QUÉ DIRÁN" (esto lo digo mientras me pongo de morros y cruzo los brazos con un chupa-chups en la boca)


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